Sucede siempre lo mismo: una jauría de perros rabiosos ataca sin sentido, y a medida que la sangre vuelve del estómago al cerebro, la gente se calma, lo piensa despacio, y cambia de opinión. En la mayoría de los casos, en las primeras horas, casi todo el mundo critica el hecho, y a los días, casi todo el mundo lo defiende.
Nos dejamos llevar por la primera impresión, motivados no sé exactamente por qué. Nuestra cabeza nos aconseja bien, nuestro estómago no.
Miguel Blanco Otano.
Burdeos, enero de 2016.