De las cunetas emergen los muertos, empuñando verdades y memoria.
En las fosas se retorcían los, hasta ahora, abandonados huesos, desvencijados por el tiempo en soledad.
Gritos de calaveras que no llegaron a nosotros empiezan a retumbar en la conciencia de una sociedad callada por el miedo.
No hay vuelta atrás, hemos empezado a darnos cuenta de que la historia no debe ser un club exclusivo. De que este país no tiene dueños y de que somos maestros de nuestro propio camino.
Se abre un camino para aquellos que nunca hemos aceptado imposiciones por la fuerza, para recuperar, investigar y castigar a quien se reconoce asesino y se regodea de ello.
Esto no ha hecho más que echar a rodar. Los asesinos y sus compinches están ahí fuera sin careta y siguen pavoneándose de sus fechorías.
Pero eso se acabó. Hemos despertado.