Desde que llego intento cumplir mi papel de turista, ese que tan mal se me da y que tan pocas veces consigo asumir, pero es que en Argentina se emocionan enseñándote edificios antiguos, tan antiguos como cualquier parroquia española, y una vez que parece que he cumplido mi papel paso a lo que este país realmente aporta al turista: Sus gentes.
En Argentina la mejor manera de pasar una tarde es en una reunión cualquiera de amigos con mates de por medio, en la que salen a la luz charlas sobre Evita Perón, el corralito, Charly García y los Sui Generis, Fito y sus estudios de grabación graffiteados, el Proceso, las innombrables Malvinas, Maradona, Los Redondos, los porteños y su ego, digo, su acento e innumerables conversaciones de las que se salta de una a otra con la misma facilidad que se ceba un mate y se pasa al compañero.
En Argentina, además, las ciudades están llenas de vida. Buenos Aires es esa ciudad que no sólo nunca duerme, sino que siempre está de joda (fiesta). Entre locura de autos y peleas por conseguir moneda suelta para el colectivo aparecen historias urbanas de emigrantes gallegos, de desapariciones, de "mi primo se fue a España y se volvió", de tango, de asados, chacareras y de "si ya sabemos que todos los políticos son corruptos, pero al menos que hagan cosas".
Y todo esto entre estupendas llanuras llenas de sabrosas carnes y un telón de montañas que hacen de este país un lugar especial en el que nada más pisarlo comienzan a florecer canciones de Sabina y tantos otros que hacen que uno quiera siempre volver, aunque a veces sea con la frente marchita.