martes, 27 de julio de 2010

Aliento de vida

Él se despertó un día por la mañana y no estaba. Buscó por entre las sábanas pero no había nadie en su cama. Miró debajo del somier, dentro del armario, incluso en los cajones, pero nada encontró. Decidió palparse y descubrió que se había convertido en aire, se había convertido en Aliento de vida. 

Era muy extraño. Hacía tiempo que nadie se convertía en Aliento de vida y por supuesto él no había oído hablar nunca de ese fenómeno, simplemente le había tocado hoy y no le quedaba otro remedio que asumirlo cuanto antes. No abrió la puerta de su habitación por miedo a que sus padres se asustaran, por lo que decidió salir por la ventana, la cual solía dejar ligeramente abierta para que corriera un poco de aire fresco. Salió a la calle. 

Poco a poco fue descubriendo su nueva situación y asumiendo que ya nada sería como antes. Estuvo todo el día volando de un lado para otro sin saber que hacer, rápidamente descubrió que era divertido meterse en corrientes de aire y dejarse llevar por entre las calles estrechas, incluso se pasó horas recorriendo de arriba abajo la calle del viento, le fascinaba mezclarse con esos aromas a sal que venían del mar. 

De repente, se sintió cansado, se sintió hambriento y sediento a la vez. Era una necesidad de alimento. No sabía qué hacer, nunca nadie le había explicado de qué se alimentaban los Alientos de vida, en realidad nunca nadie le había hablado de los Alientos de vida. Buscó. 

Decidió colarse en la biblioteca de la ciudad, donde quizás encontrara algo sobre este fascinante y novedoso tema para él, pero rápidamente descubrió que no podía leer nada porque era puro aire. Y allí se quedó, deambulando de un lado para otro como llevaba haciendo toda la mañana hasta que, por ese instinto que nos dan al nacer para agarrar a nuestra madre, se coló por la nariz de una niña que andaba leyendo “La isla del tesoro”. Salió como nuevo. Parecía que había saciado su sed. Pensó haber descubierto el secreto y corrió a colarse en toda la gente que alcanzó pero no fue lo mismo, no valía cualquier respiración. 

Salió a la calle y por puro chismorreo se coló en mitad de un beso en una pareja que se había parado en mitad de un semáforo en rojo. De la respiración de ambos salió extasiado, pletórico, lleno de fuerzas. Descubrió el secreto. Él no era simple respiración, era aliento de vida, era ese aire que necesitas en un momento dado para que te llene los pulmones y compruebes que realmente estás vivo, ese aire que necesito al besarte, ese aire que se cuela por mi nariz cuando despierto y al estirar la mano te toco y te siento y la cama no es tan ancha como solía ser. Ese es el aire, ese es el Aliento de vida. 

Y ahí lo tenéis al chaval de un lado para otro buscando jóvenes y no tan jóvenes besándose, lo cual siempre le daba buen resultado. Buscaba niños jugando a lo que fuera. A veces le bastaba alguien sentado en un parque leyendo o se iba a los tablones de notas de la universidad. Le fue pillando el truco hasta que comenzó a estar cansado y descubrió que quería volver a su estado natural, que quizás le estuvieran echando de menos en casa. 

Descansó bien largo y tendido y cuando hubo reunido fuerzas se fue para la cama de la joven que cada mañana se colaba en sus sueños y se metió en su pecho y volvió a salir y ella respiró de él y de la cabeza a los pies sintió escalofríos y la besó en la boca y ya no era Aliento sino era él de nuevo, descubriendo su propio Aliento de vida en aquellos labios con sabor a cereza. 


FIN 

Miguel Blanco Otano 
Badajoz, 22 y 23 agosto de 2006