Viajar solo es de esas cosas que enganchan, y que cualquiera que lo haya probado ha repetido.
Cada uno encuentra su medida y su forma. Un fin de semana, un mes. En moto, en furgo, en avión a la conchinchina. Cada uno encuentra su formato, entre otras cosas, porque no tiene que discutirlo con nadie, sólo consigo mismo. Y ahí está el truco.
En discutir con uno mismo. Encuentras, en la soledad, momentos de reflexion profunda y sincera. Encuentras contigo mismo una sinceridad que la sociedad y la ciudad no te permite, y hace que te descubras de nuevo, y te reescribas de nuevo. Irte lejos para verte de cerca, por dentro.
Por otro lado, nunca he conocido tanta gente como en mis viajes en solitario a lo largo del mundo. Pero, como diría Moustache, el enigmático camarero de "Irma la dulce": eso es otra historia.
Miguel Blanco Otano.
Algún lugar de Francia, agosto de 2011.