[Cuento hecho ad hoc para el concurso del Museo Romanticismo 2011]
Fue una mano temblorosa la que le tocó el pelo húmedo y rizado la que hizo que despertara. No había ninguna luz, aunque ella no lo sabía a ciencia cierta, ya que no notaba los ojos. Se tocaba, se palpaba la cara, pero no notaba nada, ni siquiera encontraba esa mano que la había sacado del sueño. Esto también podría ser un sueño, pero las sensaciones eran demasiado reales. Demasiado reales, y demasiado ausentes. Eso era lo que más le preocupaba. No veía nada, no olía nada, no escuchaba. Lo único que le mantenía atada a la realidad era poder palparse la cara y el cuerpo, y ese regusto a su propia sangre de una herida en el labio inferior. Llevaba un rato intentando levantarse, pero las piernas no le respondían. Por fin decidió arrastrarse por ese suelo áspero, arenoso, en el que se encontraba tumbada boca abajo. La humedad de la tierra era evidente, pero ningún olor le venía. Se arrastró cuanto pudo tirando de sus piernas inertes, intentando afanarse a una esperanza de encontrar algo, una luz, una puerta, una ventana. Extendió su mano temblorosa y alcanzó a tocar un mata de pelo húmedo y rizado.
Miguel Blanco Otano.
Madrid, noviembre de 2011.