No sé qué edad, ni qué aspecto tienen, porque duermen envueltos en sacos de dormir viejos sobre los bancos del metro. Son tres. La gente pasa por su lado sin apenas darse cuenta.
A la salida por las escaleras mecánicas, apenas rozas la calle, me ciega el olor a pan recién hecho por la panadería de la esquina, y se me nubla el pensamiento cuando me asomo al mostrador donde tantos y tan deliciosos panes, bollos, pasteles y demás son expuestos con mimo y cariño.
Más adelante, al tratar de cruzar la cera camino de la universidad, casi soy atropellado en un paso de cebra que nadie respeta. Cuando voy acercándome al edificio de mi facultad, me cruzo con algún compañero que, aun por lo pronto que es, me dedica su mejor sonrisa y su más tierno "bonjour".
Como soy español hay quien pone pegas para alquilarme un piso pero en cuanto saben que soy estudiante de doctorado todo son alabanzas y respeto.
Esta ciudad no es una ciudad. París son muchas ciudades. ¿Cuál es la mía? Eso voy a descubrir.
Miguel Blanco Otano.
París, enero de 2012.