Aquellos días, tal y como yo los viví, fueron una experiencia mucho más reveladora que una simple reivindicación política: se trataba de una forma de entenderse, de una forma de comunicarse, una manera de poner en el centro del tablero otras necesidades de las personas más allá de la representación parlamentaria. Entender la democracia como una forma de vida, y no solo como unos retoques a la manera de articular unos poderes que llegan desde arriba. Aprendimos que 200 personas pueden comunicarse sin problema, que es posible escucharse, que es posible ponerse en la piel del otro y que temas como los cuidados, los afectos, las necesidades de los más desfavorecidos o la inclusión social son importantes y tienen que ser el eje no solo de la política sino de todo nuestro concepto social y de la relaciones interpersonales.
A mí me ha moldeado y me ha afectado en la manera en la que me relaciono con mis compañeros de trabajo, con mis amigos, con mis familiares, incluso ahora con mis hijos. Entiendo que el futuro tiene que pasar por otra manera de entender la vida y entender las relaciones entre unos y otros. El valor de aquellos días de primavera no fue cambiar la política para que esta afecte y mejore la vida de la gente, que también. La potencia del 15-M radica en que cambió la manera de pensar —y de creer— de mucha gente, y eso, indudablemente, moldeará la política del futuro.
Miguel Blanco Otano
Madrid, mayo de 2021