Cuando parecía que estaba muerta, la aguja por fin se coloca en su sitio. Atravieso sigiloso el pasillo. Cruzo la puerta de la calle. Encajo la llave y giro suavemente para evitar cualquier ruido. El ascensor llega puntual, como cada noche. Se abre y allí está ella. Le sonrío y me tiende la mano. El corazón se me dispara. Afuera los vecinos bajan las persianas. Bajan el volumen de la tele. Bajan la basura. Adentro nosotros elevamos sueños. Pulso el botón del último piso. Apenas se cierra la puerta, el mundo exterior se derrumba.
Miguel Blanco
Madrid, marzo de 2015