Sucedió anoche, en el último vagón de metro de la línea roja, dirección Cuatro Caminos. Yo venía cansado después haber discutido con mi madre por un asunto que no viene a cuento mencionar. Llevaba los auriculares puestos, pero sin música ni sonido alguno, simplemente para evitar ser molestado. Es por eso que pude contemplar la escena con total tranquilidad.
Una chica delgada, con el pelo muy corto y negro, salvo por una fina trenza que le bailaba a la espalda, entró ágilmente justo antes de cerrarse las puertas en la parada de Sol. Seleccionó con la mirada a su víctima, un chaval joven con cara de aburrido y sandalias marrones, interpelándole directamente.
—¿Qué opina usted de la monogamia en nuestra sociedad? —le dijo sin más presentaciones.
Yo pensaba que el chico iba a tildarla de loca o sencillamente ignorarla.
—Pues que depende mucho del acuerdo previo entre los miembros de cada relación—dijo en su lugar.
Me pareció una respuesta bastante forzada, casi preparada. Pero todo sucedió muy rápido, y en seguida me olvidé de este aspecto que más tarde se revelaría crucial.
—¿Y usted? —dijo la chica mirando a una señora—, ¿está de acuerdo con esa afirmación?
—Déjeme en paz —dijo esta con mal tono.
—¡Dos de cada tres personas son infieles en sus relaciones! —añadió un muchacho en la otra punta del vagón, casi a voces.
La señora contestó a éste último defendiendo su honor y su integridad matrimonial y ahí fue cuando todo se fue al traste. Otro señor alzó la voz y otra chica después, sin que estuvieran claros sus argumentos. Cuando todo estaba perdido y nadie se escuchaba, un tipo argentino se ofreció a hacer de moderador, y a todo el mundo le pareció una buena idea. El debate estaba servido.
Nadie, salvo yo, se dio cuenta de que la chica de la trenza, el primer interpelado de sandalias marrones y el muchacho que dio el dato a voces desde la otra punta del vagón salían de éste en la parada de Quevedo. Se abrazaban en el andén, en actitud inequívoca de celebración.
Miguel Blanco
Madrid, noviembre de 2017