miércoles, 27 de diciembre de 2017

Tienes una cita

La moda esa de quedar sin quedar es lo que voy a pedir que cambie para el año que viene.

La gente ya no se compromete ni a tomar un café. Se hacen planes pero hay impunidad absoluta para deshacerlos a última hora o posponerlos el tiempo que haga falta, sólo por el hecho de tener un teléfono móvil con el que comunicarlo. Las propuestas de citas no se contestan y se dejan las proposiciones en el aire durante días, o simplemente los planes no se concretan: «ya lo vamos viendo».

Y lo peor es que creo que sucede porque la gente quiere mostrar a la sociedad que tiene varios planes, una agenda ocupada, muchas cosas interesantes para hacer. Todo con el absurdo objetivo de proyectar una imagen de persona de éxito.

¿Quieres quedar conmigo para tomar un café? Hagámoslo, pero marca la cita en rojo en tu agenda. Así me estarás demostrando algo realmente importante y positivo de ti: que respetas a los demás.

Miguel Blanco
Badajoz, 27 de diciembre de 2017

miércoles, 20 de diciembre de 2017

El vagón encendido

Sucedió anoche, en el último vagón de metro de la línea roja, dirección Cuatro Caminos. Yo venía cansado después haber discutido con mi madre por un asunto que no viene a cuento mencionar. Llevaba los auriculares puestos, pero sin música ni sonido alguno, simplemente para evitar ser molestado. Es por eso que pude contemplar la escena con total tranquilidad.

Una chica delgada, con el pelo muy corto y negro, salvo por una fina trenza que le bailaba a la espalda, entró ágilmente justo antes de cerrarse las puertas en la parada de Sol. Seleccionó con la mirada a su víctima, un chaval joven con cara de aburrido y sandalias marrones, interpelándole directamente.

—¿Qué opina usted de la monogamia en nuestra sociedad? —le dijo sin más presentaciones.

Yo pensaba que el chico iba a tildarla de loca o sencillamente ignorarla.

—Pues que depende mucho del acuerdo previo entre los miembros de cada relación—dijo en su lugar.

Me pareció una respuesta bastante forzada, casi preparada. Pero todo sucedió muy rápido, y en seguida me olvidé de este aspecto que más tarde se revelaría crucial.

—¿Y usted? —dijo la chica mirando a una señora—, ¿está de acuerdo con esa afirmación?

—Déjeme en paz —dijo esta con mal tono.

—¡Dos de cada tres personas son infieles en sus relaciones! —añadió un muchacho en la otra punta del vagón, casi a voces.

La señora contestó a éste último defendiendo su honor y su integridad matrimonial y ahí fue cuando todo se fue al traste. Otro señor alzó la voz y otra chica después, sin que estuvieran claros sus argumentos. Cuando todo estaba perdido y nadie se escuchaba, un tipo argentino se ofreció a hacer de moderador, y a todo el mundo le pareció una buena idea. El debate estaba servido.

Nadie, salvo yo, se dio cuenta de que la chica de la trenza, el primer interpelado de sandalias marrones y el muchacho que dio el dato a voces desde la otra punta del vagón salían de éste en la parada de Quevedo. Se abrazaban en el andén, en actitud inequívoca de celebración.

Miguel Blanco
Madrid, noviembre de 2017

viernes, 24 de noviembre de 2017

En la azotea

Cuando parecía que estaba muerta, la aguja por fin se coloca en su sitio. Atravieso sigiloso el pasillo. Cruzo la puerta de la calle. Encajo la llave y giro suavemente para evitar cualquier ruido. El ascensor llega puntual, como cada noche. Se abre y allí está ella. Le sonrío y me tiende la mano. El corazón se me dispara. Afuera los vecinos bajan las persianas. Bajan el volumen de la tele. Bajan la basura. Adentro nosotros elevamos sueños. Pulso el botón del último piso. Apenas se cierra la puerta, el mundo exterior se derrumba.

Miguel Blanco
Madrid, marzo de 2015

Orden del día

—Bueno, siguiente punto del orden del día. ¿Evaristo?
—«Nuevas categorías» —leyó obediente Evaristo.
—Se comentó en la pasada reunión que la gente empieza a considerar los sueños como posibles. Esto sería intolerable para nuestra empresa. Ahora está en la misma categoría que metas y deseos: en la categoría de «utopicus». Se ha propuesto cambiar el status de sueños. Pasaría a «prohibitus».
—Sí, sí, ¡buena idea! —contestaron todos los señores con corbata.
—Entonces. Elevamos sueños a la categoría de "prohibitus". ¿Votos en contra? —silencio—. ¿Abstenciones? —más silencio.

Miguel Blanco
Madrid, marzo de 2015

domingo, 5 de marzo de 2017

El partido del siglo

El césped está ligeramente mojado. La lluvia de por la mañana favorece con claridad al equipo local, que se posiciona como favorito en todas las apuestas, en contra de la opinión de no pocos expertos. Los telediarios nacionales llevan toda la semana hablando de lo mismo. La estrella del equipo local, el delantero brasileño Rui Bento, acaba de sufrir una dura entrada por parte de un defensa del equipo rival. ¿Será el día para Luis Matejón? El joven delantero lleva meses esperando su oportunidad de formar pareja de ataque con Ramón Sanlúcar, con quien tan buen resultado obtuviera en la temporada pasada, cuando el equipo logró conquistar la Copa del Rey. Entre ambos lograron sumar más de 50 goles, y la conexión entre ellos fue portada en diversos medios deportivos.

En efecto, Luis Matejón recibe instrucción de calentar y salta a la banda como un rayo. La grada, que se había quedado muda tras la dura entrada, enloquece al ver que el posible remplazo pueda ser el canterano Matejón. Este realiza energéticas carreras en la banda sin quitar ojo del fisioterapeuta que atiende a su compañero Rui Bento. Los presagios no son positivos. Recibe la orden de despojarse del chándal y en pocos segundos está dando saltos junto al entrenador, atento a las instrucciones de este.

—Mucha presión arriba, chaval —le dice tampándose la boca con la mano—. Están nerviosos y hay que aprovecharlo. Bajas un poco a recibir bola, abres a banda y rápido a colocarte en posición de remate. Un ojo a Ramón y vamos, joder, a por todas.

Luis Matejón recibe una fuerte palmada en la espalda que le hace salir al campo a trompicones. Apenas puede mirar a su compañero Rui para que, aunque sea visualmente, le ofrezca el relevo.

Los primeros minutos se muestra nervioso. Sabe que hoy es un día muy especial. Una mirada cómplice de su compañero y amigo Ramón Sanlúcar le tranquiliza. Se para unos instantes mientras el balón sale por banda. Mira a la grada y respira. Es su momento. Da unos saltos y decide centrarse en hacer lo que mejor sabe: jugar al fútbol. Justo cuando su cabeza vuelve al campo, está recibiendo un balón en corto, recién recuperado por Ramón. Luis, con calma, lo para, mira hacia un lado sin intención de ir hacia allá, sólo dando tiempo a que Ramón inicie carrera en banda. Se la ofrece en profundidad y este llega a la bola con la suficiencia de su larga zancada. Recorta y devuelve a Luis en posición ya de ataque. Aún así dos contrincantes se le echan encima. Aprovechando la velocidad de estos hacia él, les pica la pelota ligeramente en dirección contraria y se planta en la esquina del área grande. Realiza un recorte más y está a punto de alcanzar la línea de fondo. Luis tiene dos opciones: fuerte y raso al primer palo o picarla por encima del portero que sale hacia él como un perro rabioso. Mientras está decidiendo observa como Ramón se posiciona sólo en el punto de penalti. Se la da con el exterior de la bota sin quitar el ojo del portero. Ramón, con toda la paciencia y calma del mundo, manda el esférico al fondo de la red.

El público enloquece. Tanto Luis como Ramón saben que ha sido gracias a una gran jugada del primero, y por eso este último le persigue hacia el córner, donde intenta, sin éxito, tirarlo al suelo para celebrar el golazo. Luis se zafa y corre hacia la grada, donde alguien le ofrece una pequeña caja. Ante la mirada atónita de Ramón, Luis se arrodilla en el suelo delante de él y, abriendo la cajita, le dice:

—¿Quieres casarte conmigo?

Los rumores de su relación habían salido a la luz el pasado verano, cuando fueron descubiertos de vacaciones juntos en un velero en el Mar Egeo. Tras unas primeras semanas de hostigamiento y preguntas constantes de la prensa de todos los colores, la cuestión se había calmado tras el fichaje del brasileño Rui Bento, y la consecuente relegación al banquillo de Luis Matejón.

Ramón, con la cara desencajada, a mitad de camino entre el esfuerzo y la sorpresa, mira a la grada, realmente asustado. El silencio es máximo. El público ha entendido el gesto con claridad. Ramón está a punto de obligar a su amigo a ponerse de pie, temeroso de que se confirme un escándalo internacional que acabe con su prometedoras carreras deportivas. El silencio se interrumpe de pronto con un ruido ensordecedor.

—¡Sí, Ramón! —grita la grada al unísono—. ¡Dile que sí!

Miguel Blanco
Burdeos, febrero de 2017